miércoles

JUNG: ESTADIO INTERMEDIO DE LA INDIVIDUACIÓN


No hay mejor medio de intensificar el preciado sentimiento de individualidad que la posesión de un secreto que el individuo está comprometido a guardar. En el comienzo mismo de las estructuras sociales se revela el anhelo de organizaciones secretas. Cuando no existen realmente secretos válidos, se fraguan o se inventan misterios a los cuales se admite a iniciados privilegiados. Tal fue el caso con los Rosacruces y muchas otras sociedades. Entre estos pseudo-secretos existen, irónicamente, verdaderos secretos acerca de los cuales los iniciados están enteramente ignorantes -como, por ejemplo, en aquellas sociedades que se apropiaron de su "secreto" principalmente de la tradición alquímica.



La necesidad de una reserva ostentosa es de vital importancia en el nivel primitivo, ya que el secreto compartido sirve como vínculo que aglutina a la tribu. Los secretos a nivel tribal constituyen una compensación útil para la falta de cohesión en la personalidad individual, la cual está constantemente recayendo en la identidad original inconsciente con otros miembros del grupo. El logro de la meta humana: un individuo consciente de su propia y peculiar naturaleza, deviene así en un proceso educativo largo y casi sin esperanza. Porque aun aquellos individuos cuya iniciación a ciertos secretos los ha diferenciado de alguna manera están fundamentalmente obedeciendo las leyes de identidad de grupo, aunque en este caso el grupo es uno socialmente diferenciado.

La sociedad secreta es un estadio intermedio en el camino a la individuación. El individuo está aún atenido a una organización colectiva que efectúa la diferenciación por él; esto es, no ha reconocido todavía que es realmente tarea del propio individuo el diferenciarse de todos los demás y apoyarse sobre sus propios pies. Todas las identidades colectivas, tales como la membresía en organizaciones, el respaldo de "ismos", y demás, interfieren con el cumplimiento de ese objetivo. Tales identidades colectivas son muletas para los lisiados, escudos para los tímidos, lechos para los holgazanes, enfermerías para los irresponsables; pero son igualmente refugio para los pobres y débiles, un puerto familiar para los náufragos, el seno de una familia para huérfanos, tierra de promisión para errantes desilusionados y peregrinos fatigados, un rebaño y un seguro redil para ovejas extraviadas, y una madre proveedora de nutrición y crecimiento. Sería, por tanto, equivocado considerar este estadio intermedio como una trampa; al contrario, por mucho tiempo por venir representará la única forma posible de existencia para el individuo, amenazado -hoy más que nunca- por el anonimato. La organización colectiva es tan esencial hoy por hoy que muchos la consideran, con cierta justificación, como la meta final; por cuanto exigir pasos adicionales en el camino hacia la autonomía parece como arrogancia o inflación, ilusión sin límite o simple locura.

Sin embargo, puede pasar que por suficientes razones un hombre sienta que debe emprender por propio pie el camino hacia ámbitos más amplios. Puede ocurrir que en ninguna de las vestiduras, figuras, formas, modos y maneras de vida que se le han ofrecido él encuentre lo que le es peculiarmente necesario. Él irá solo y será su propia compañía. Servirá como su propio grupo, consistente en una variedad de opiniones y tendencias, que no marcharán necesariamente en la misma dirección. De hecho, estará en conflicto consigo mismo y encontrará gran dificultad en unir la propia multiplicidad con el propósito de una acción común. Aun si se encuentra exteriormente protegido por las formas sociales del estadio intermedio, no tendrá defensa ante la multiplicidad interior. La desunión dentro de sí puede hacerlo desistir, para recaer en la identificación con lo que le rodea.

Como el iniciado de una sociedad secreta, que se ha liberado del colectivo indiferenciado, el individuo en su senda solitaria necesita un secreto que, por variadas razones, no debe o no puede revelar. Tal secreto lo refuerza en el aislamiento de sus metas individuales. Muchos individuos no pueden soportar este aislamiento. Ellos son los neuróticos, que necesariamente juegan al escondite tanto con los demás como consigo mismos, sin ser capaces de tomar seriamente el juego. Como regla general terminan abandonando su meta individual ante su necesidad vehemente de conformar con el colectivo -un proceder que fomentan todas las opiniones, creencias e ideales de su entorno. Más aún, ningún argumento racional prevalece en contra de ese entorno. Sólo un secreto que el individuo no pueda traicionar -aquel que teme confesar, o aquel que no puede formular en palabras y el cual parece pertenecer entonces a la categoría de ideas extravagantes o locas- puede prevenir la regresión, inevitable de otra manera.

La necesidad de un tal secreto es, en muchos casos, tan dominante que el individuo se encuentra a sí mismo envuelto en ideas y acciones de las cuales ya no es responsable. Él no está siendo motivado por el capricho ni la arrogancia, sino por una dira necessitas que él mismo no puede comprender. Esta necesidad le sobreviene con salvaje fatalidad, y probablemente por primera vez en su vida le muestra ad oculos la presencia de algo ajeno y más poderoso que él en su dominio más personal, donde creía ser el amo …. Pero cualquiera que intente ambas cosas: adaptarse a su grupo y a la vez perseguir su meta individual, se hace neurótico …

Por tanto, el hombre que, impulsado por su daimon, da un paso más allá de los límites del estadio intermedio realmente entra en "las regiones no holladas ni transitables", donde no hay caminos marcados y ningún refugio extiende una cubierta protectora sobre su cabeza". (pp.342-344)

Traducción libre de Luis E. Galdona

domingo

PESSOA: El Libro del Desasosiego (1)

Cuando nació la generación a la que pertenezco, encontró al mundo desprovisto de apoyos para quien tuviera cerebro, y al mismo tiempo corazón. El trabajo destructivo de las generaciones anteriores había hecho que el mundo para el que nacimos no tuviese seguridad en el orden religioso, apoyo que ofrecernos en el orden moral, tranquilidad que darnos en el orden político. Nacimos ya en plena angustia metafísica, en plena angustia moral, en pleno desasosiego político. Ebrias de las fórmulas exteriores, de los meros procesos de la razón y de la ciencia, las generaciones que nos precedieron derrocaron todos los fundamentos de la fe cristiana, porque su crítica bíblica, ascendiendo de la crítica de los textos a la crítica mitológica, redujo los evangelios y la anterior hierografía de los judíos a un montón dudoso de mitos, de leyendas y de mera literatura; y su crítica científica señaló gradualmente los errores, las ingenuidades salvajes de la «ciencia» primitiva de los evangelios; y, al mismo tiempo, la libertad de discusión, que sacó a pública discusión todos los problemas metafísicos, arrastró con ellos a los problemas religiosos donde perteneciesen a la metafísica. Ebrias de algo dudoso, a lo que llamaron «positividad», esas generaciones criticaron toda la moral, escudriñaron todas las reglas de vida, y de tal choque de doctrinas sólo quedó la seguridad de ninguna, y el dolor de no existir esa seguridad. Una sociedad indisciplinada así en sus fundamentos culturales no podía, evidentemente, ser otra cosa que víctima, en la política, de esa indisciplina; y así fue como despertamos a un mundo ávido de novedades sociales, y que con alegría iba a la conquista de una libertad que no sabía lo que era, de un progreso que nunca definió.

Pero el criticismo ordinario de nuestros padres, si nos legó la imposibilidad de ser cristianos, no nos legó el contentamiento con que la tuviésemos; si nos legó la incredulidad en las fórmulas morales establecidas, no nos legó la indiferencia ante la moral y las reglas de vivir humanamente; si dejó dudoso el problema político, no dejó indiferente a nuestro espíritu ante cómo se resolvería ese problema. Nuestros padres destruyeron alegremente porque vivían en una época que todavía tenía reflejos de la solidez del pasado. Era aquello mismo que destruían lo que prestaba fuerza a la sociedad para que pudiesen destruir sin sentir agrietarse al edificio. Nosotros heredamos la destrucción y sus resultados.

En la vida de hoy, el mundo sólo pertenece a los estúpidos, a los insensibles y a los agitados. El derecho a vivir y a triunfar se conquista hoy con los mismos procedimientos con que se conquista el internamiento en un manicomio: la incapacidad de pensar, la amoralidad y la hiperexcitación.



4


Pertenezco a una generación que ha heredado la incredulidad en la fe cristiana y que ha creado en sí una incredulidad de todas las demás fes. Nuestros padres tenían todavía el impulso creyente, que transferían del cristianismo a otras formas de ilusión. Unos eran entusiastas de la igualdad social, otros eran enamorados sólo de la belleza, otros depositaban fe en la ciencia y en sus provechos, y había otros que, más cristianos todavía, iban a buscar a Orientes y Occidentes otras formas religiosas con que entretener la conciencia, sin ella hueca, de meramente vivir.

Todo esto lo perdimos nosotros, de todas estas consolaciones nacimos huérfanos. Cada civilización sigue la línea íntima de una religión que la representa: pasar a otras religiones es perder ésta y, por fin, perderlas a todas.

Nosotros perdimos ésta, y también las otras.

Nos quedamos, pues, cada uno entregado a sí mismo, en la desolación de sentirse vivir. Un barco parece ser un objeto cuyo fin es navegar; pero su fin no es navegar, sino llegar a un puerto. Nosotros nos encontramos navegando, sin la idea del puerto al que deberíamos acogernos. Reproducimos así, en la especie dolorosa, la formula aventurera de los argonautas: navegar es preciso, vivir no es preciso.

Sin ilusiones, vivimos apenas del sueño, que es la ilusión de quien no puede tener ilusiones. Viviendo de nosotros mismos nos disminuimos, porque el hombre completo es el hombre que se ignora. Sin fe, no tenemos esperanza, y sin esperanza no tenemos propiamente vida. No teniendo una idea del futuro, tampoco tenemos una idea de hoy, porque el hoy, para el hombre de acción, no es sino un prólogo del futuro. La energía para luchar nació muerta con nosotros, porque nosotros nacimos sin el entusiasmo de la lucha.


Unos de nosotros se estancaron en la conquista necia de lo cotidiano, ordinarios y bajos buscando el pan de cada día, y queriendo obtenerlo sin trabajo sentido, sin la conciencia del esfuerzo, sin la nobleza de la consecución.


Otros, de mejor estirpe, nos abstuvimos de la cosa pública, nada queriendo y nada deseando, e intentando llevar hasta el calvario del olvido la cruz de existir simplemente. Imposible esfuerzo en quien no tiene, como el portador de la Cruz, un origen divino en la conciencia.


Otros se entregaron, atareados por fuera del alma, al culto de la confusión y del ruido, creyendo vivir cuando se oían, creyendo amar cuando chocaban contra las exterioridades del amor. Vivir, nos dolía, porque sabíamos que estábamos vivos: morir, no nos aterraba, porque habíamos perdido la noción normal de la muerte.







http://img.fotocommunity.com/photos/5360768.jpg


Pero otros, Raza del Final, límite espiritual de la Hora Muerta, no tuvieron el valor de la negación y el asilo en sí mismos. Lo que vivieron fue en la negación, en el desconocimiento y en el desconsuelo. Pero lo vivimos desde dentro, sin gestos, encerrados siempre, por lo menos en el género de vida, entre las cuatro paredes del cuarto y los cuatro muros de no saber ha
cer.

viernes

CORTÁZAR: FIN DEL MUNDO DEL FIN

Como los escribas continuarán, los pocos lectores que
en el mundo había van a cambiar de oficio y se pondrán
también de escribas. Cada vez más los países serán de
escribas y de fábricas de papel y tinta, los escribas de
día y las máquinas de noche para imprimir el trabajo de
los escribas. Primero las bibliotecas desbordarán de las
casas, entonces las municipalidades deciden (ya estamos
en la cosa) sacrificar los terrenos de juegos infantiles
para ampliar las bibliotecas. Después ceden los teatros,
las maternidades, los mataderos, las cantinas, los
hospitales. Los pobres aprovechan los libros como ladrillos,
los pegan con cemento y hacen paredes de libros y
viven en cabañas de libros. Entonces pasa que los libros
rebasan las ciudades y entran en los campos, van aplastando
los trigales y los campos de girasol, apenas si la
dirección de vialidad consigue que las rutas queden despejadas
entre dos altísimas paredes de libros. A veces
una pared cede y hay espantosas catástrofes automovilísticas.
Los escribas trabajan sin tregua porque la hu manidad respeta 
las vocaciones, y los impresores llegan
ya a orillas del mar. El presidente de la república habla
por teléfono con los presidentes de las repúblicas, y propone
inteligentemente precipitar al mar el sobrante de
libros, lo cual se cumple al mismo tiempo en todas las
costas del mundo. Así los escribas siberianos ven sus impresos
precipitados al mar glacial, y los escribas indonesios
etcétera. Esto permite a los escribas aumentar su
producción, porque en la tierra vuelve a haber espacio
para almacenar sus libros. No piensan que el mar tiene
fondo, y que en el fondo del mar empiezan a amontonarse
los impresos, primero en forma de pasta aglutinante,
después en forma de pasta consolidante, y por fin como
un piso resistente aunque viscoso que sube diariamente
algunos metros y que terminará por llegar a la superficie.
Entonces muchas aguas invaden muchas tierras, se
produce una nueva distribución de continentes y océanos,
y presidentes de diversas repúblicas son sustituidos
por lagos y penínsulas, presidentes de otras repúblicas
ven abrirse inmensos territorios a sus ambiciones, etcétera.
El agua marina, puesta con tanta violencia a expandirse,
se evapora más que antes, o busca reposo mezclándose
con los impresos para formar la pasta aglutinante,
al punto que un día los capitanes de los barcos de
las grandes rutas advierten que los barcos avanzan lentamente,
de treinta nudos bajan a veinte, a quince, y los
motores jadean y las hélices se deforman. Por fin todos
los barcos se detienen en distintos puntos de los mares,
atrapados por la pasta, y los escribas del mundo entero
escriben millares de impresos explicando el fenómeno y
llenos de una gran alegría. Los presidentes y los capitanes
deciden convertir los barcos en islas y casinos, el público
va a pie sobre los mares de cartón a las islas y casinos
donde orquestas típicas y características amenizan
el ambiente climatizado y se baila hasta avanzadas horas
de la madrugada. Nuevos impresos se amontonan a
orillas del mar, pero es imposible meterlos en la pasta,
y así crecen murallas de impresos y nacen montañas a
orillas de los antiguos mares. Los escribas comprenden
que las fábricas de papel y tinta van a quebrar, y escriben
con letra cada vez más menuda, aprovechando hasta
los rincones más imperceptibles de cada papel. Cuando
se termina la tinta escriben con lápiz etcétera; al terminarse
el papel escriben en tablas y baldosas, etcétera.
Empieza a difundirse la costumbre de intercalar un texto
en otro para aprovechar las entrelíneas, o se borra
con hojas de afeitar las letras impresas para usar de nuevo
el papel. Los escribas trabajan lentamente, pero su
número es tan inmenso que los impresos separan ya por
completo las tierras de los lechos de los antiguos mares.
En la tierra vive precariamente la raza de los escribas,
condenada a extinguirse, y en el mar están las islas y los
casinos o sea los transatlánticos donde se han refugiado
los presidentes de las repúblicas, y donde se celebran
grandes fiestas y se cambian mensajes de isla a isla,
de presidente a presidente, y de capitán a capitán.

( de Historias de Cronopios y de Famas, 1962)


miércoles

Chesterton : El fin de la "Edad Oscura"

Quien suponga que la "Edad Oscura" fue tinieblas y nada más, y que la aurora del siglo trece sólo fue plena luz de día, no encontrará pie ni cabeza en la historia humana de san Francisco. Lo cierto es que la alegría del Santo y de los juglares de Dios no fue sólo un des­pertar. Fue algo imposible de entender sin compren­der su credo místico. El fin de la "Edad Oscura" no fue únicamente el fin de un sueño. En realidad de verdad, no fue el fin de una supersticiosa esclavitud solamente. Fue el fin de algo perteneciente a un orden de ideas perfectamente definido aunque totalmente distinto.


La "Edad Oscura" representaba el fin de una peni­tencia o, si se prefiere, de una purgación. Señaló el momento en que terminaba una cierta expiación espi­ritual y en que al fin se extirpaban del sistema ciertas dolencias espirituales. Se lo hacía a través de una era de ascetismo, único medio que podía curarlas. El cris­tianismo entró en el mundo para sanarlo y lo sanó de la única manera que era posible.
Observándolo de modo puramente externo y experi­mental, la elevada civilización de la antigüedad termi­nó en su totalidad al aprender una lección, a saber, al convertirse al cristianismo. Pero esta lección fue un hecho psicológico tanto como una fe teológica. Cierta­mente la civilización pagana había alcanzado un nivel muy elevado. Nuestra tesis no se debilitará y tal vez hasta se robustezca si decimos que había llegado al grado más alto de cuantos la humanidad había logra­do. Había descubierto las artes de la poesía y la repre­sentación plástica aún no rivalizadas, había descubier­to sus propios y permanentes ideales políticos, había descubierto su propio y claro sistema de lógica y de lenguaje. Pero, por encima de todo, había descubierto su propio error.
El error era demasiado profundo para ser definido ideológicamente, en abreviatura, se lo puede definir como el culto de la naturaleza. Casi con igual razón se lo podría llamar el error de la naturalidad, lo que era, ciertamente, un error muy natural. Los griegos, esos grandes guías y pioneros de la antigüedad pagana, partieron de una idea maravillosamente simple y direc­ta: la de que mientras el hombre avance por la gran vía de la razón y la naturaleza no cabe esperar daño alguno, sobre todo si es él tan destacadamente ilustrado e inteligente como los griegos. Si no fuera pedante di­ríamos que le bastaba al hombre seguir el olfato de su nariz siempre que se tratara de una nariz griega. Pero no hace falta más que los propios griegos para ilustrar la extraña pero cierta fatalidad que se sigue de esta fa­lacia. Apenas se empeñan los griegos en seguir el olfa­to de su nariz y su noción de naturalidad, les acontece la cosa más singular de la historia. Demasiado singular para ser tema fácil de discusión. Notemos cómo nuestros más repelentes realistas nunca nos conceden a nosotros el beneficio de su realismo. Sus estudios de te­mas desagradables no toman nunca en cuenta el testi­monio que de ellos se desprende en favor de las verda­des de la moralidad tradicional. Pero si en verdad tu­viéramos olfato para estas cosas, podríamos citar millares de ellas como partes de un alegato en favor de la moral cristiana. Y un ejemplo de esto nos lo da el hecho de que nadie haya escrito una verdadera histo­ria moral de los griegos con esta orientación. Nadie se ha percatado del peso o singularidad de esta historia. Los hombres más sabios y prudentes del mundo se pro­pusieron ser naturales, y lo primero que hicieron fue la cosa menos natural del mundo. El efecto inmediato de saludar al sol y de la soleada salud de la naturaleza fue una perversión que se extendió como la peste. Los más grandes y aun los más puros filósofos no pudieron librarse aparentemente de esta especie de locura de baja estofa. ¿Por qué? Al pueblo cuyos poetas conci­bieron a Helena de Troya y cuyos escultores labraron la Venus de Milo debe haberle parecido cosa sencilla mantenerse sano en este particular. Pero lo cierto es que quien adora la salud difícilmente pueda mante­nerse sano. Cuando el hombre se empeña en seguir el camino recto anda cojeando. Cuando sigue el olfato de su nariz termina torciéndosela o aun quizás cortán­dosela en un rostro desfigurado, y esto ocurrirá en con­sonancia con algo más profundo en la naturaleza hu­mana de cuanto son capaces de entender los adorado­res de la misma. Hablando humanamente el descubri­miento de ese algo fue lo que constituyó la conversión al cristianismo. Hay una inclinación en el hombre co­mo la hay en el juego de bolos, y el cristianismo fue el descubrimiento de la manera de corregir la perversa inclinación y acertar en el blanco. Muchos se sonreirán al oirlo, pero es profundamente cierto que la buena noticia que trajo el evangelio fue la nueva del pecado original.
Roma se levantó a contrapelo de sus maestros griegos porque nunca aceptó del todo que le enseña­ran semejantes añagazas. Era dueña de una tradición doméstica mucho más decente; pero a la postre adole­ció de la misma falacia en su tradición religiosa, que fue por fuerza y en no pequeña medida la tradición pagana del culto de la naturaleza. El problema de to­da la tradición pagana se concentra en que en la vía al misticismo nada hallaron los hombres fuera de lo con­cerniente al misterio de fuerzas innombrables de la na­turaleza tales como el sexo, la generación y la muerte. También en el Imperio Romano, ya mucho antes de su fin, encontramos que el culto a la naturaleza produ­ce inevitablemente cosas contra natura. Se han con­vertido en proverbiales casos como el de Nerón cuando el sadismo se asentaba, imprudente, en el trono a ple­na luz. Pero la verdad a que me refiero es algo mucho más sutil y universal que un convencional catálogo de atrocidades. Lo que le aconteció a la imaginación hu­mana en su conjunto fue que el mundo se iba tiñendo de peligrosas pasiones en rápida descomposición: de pasiones naturales que se convertían en pasiones contra natura. Así, al tratar la sexualidad como si só­lo fuera cosa natural produjo el efecto de que el resto de las cosas inocentes y naturales se embebiesen y satu­rasen de sexo. Porque a la sexualidad no se la puede tratar simplemente en pie de igualdad con emociones elementales o experiencias como el comer y el dormir. Tan luego como el sexo deja de ser siervo se convierte en tirano. Hay algo peligroso y desproporcionado en el lugar que el sexo ocupa en la naturaleza humana, y no cabe duda de que el sexo necesita purificación y espe­cial cuidado. La charlatanería moderna sobre que el sexo es igual a los demás sentidos y sobre el cuerpo bello como la flor o el árbol o es una descripción del paraíso terrenal o un fragmento de pésima psicología, de la que el mundo se cansó hace ya dos mil años.
Empero, no se confunda lo dicho con mero sensa­cionalismo puritano acerca de la perversidad del mun­do pagano. Lo que aquí proponemos más que decir cuán perverso era el mundo pagano señala que era éste lo bastante bueno como para percatarse de que su pa­ganismo se estaba pervirtiendo o, mejor dicho, que se hallaba en el camino lógico de la perversión. Quiero decir que la "magia natural" no tenía porvenir alguno; profundizar en ella no era sino obscurecerla hasta ha­cerla magia negra. No tenía futuro alguno porque en lo pasado sólo fue inocente por ser joven. Podríamos decir que fue inocente sólo porque era superficial. Los paganos eran más sabios que el paganismo; por esto se hicieron cristianos. Muchos de ellos poseían una filoso­fía, virtudes familiares y honor militar en que afirmarse para no caer; pero por aquél entonces esa cosa pura­mente popular que llamamos religión ya lo arrastraba por la pendiente. Y cuando contra el mal se acepta una reacción semejante no es equivocado suponer que esto representaba un mal que estaba por doquier. En un sentido distinto y más literal su nombre era Pan.
No es metáfora decir que esas gentes necesitaban un cielo nuevo y una tierra nueva, porque hablan profa­nado la propia tierra y aun el propio cielo. ¿Cómo po­dían resolver su problema mirando el cielo cuyas estrellas desplegaban leyendas eróticas? ¿Cómo podían aprender algo del amor de los pájaros y las flores des­pués de las historias de amor que de ellos se contaban? No podemos multiplicar aquí las evidencias, y un pe­queño ejemplo habrá de suplirlas. Todos conocemos la naturaleza de las asociaciones sentimentales que des­pierta en nosotros la palabra "jardín" y cómo muchas veces nos trae a la memoria recuerdos de romances melancólicos e inocentes o, con igual frecuencia, el de una graciosa doncella o un bondadoso y anciano sacer­dote modelado a la sombra de un vallado de tejos, a la vista quizá de un campanario pueblerino. Y luego quien conozca un poco de poesía latina invagine súbi­tamente lo que un tiempo se alzó, obsceno y mons­truoso, en el sitio de la puesta del sol o en el lugar de la fuente y recuerde de qué condición fue el dios de los jardines.
Nada podía purgar semejante obsesión sino una re­ligión que literalmente no fuera terrena. No cuadraba decir a tales gentes que disfrutaran de una religión poblada de estrellas y flores; ni una flor ni una estrella siquiera existían que no hubieran sido mancillados. Los hombres tenían que marchar al desierto para no encontrar flores o aun al fondo de las cavernas para no ver estrellas. En este desierto y en esas cavernas pe­netró el más alto intelecto humano cosa de cuatro siglos, y fue esto lo más cuerdo que pudo hacer. Para la salvación de ese mundo nada restaba sino lo franca­mente sobrenatural; si Dios no podía salvarle, no podrían ciertamente hacerlo los dioses. La Iglesia pri­mitiva llamó demonios a los dioses del paganismo y tu­vo razón. Sea la que fuere la relación que en los princi­pios tuvieron quizás los dioses con una religión natu­ral, en aquellos santuarios vacíos nada moraba ahora sino demonios. Pan ya no era más que pánico. Venus ya no era más que vicio venéreo. No pretendo decir por manera alguna, qué duda cabe, que todos los pa­ganos individualmente tuvieran estos rasgos ni siquiera hacia el final del paganismo, pero de ellos se aparta­ban como individuos. Nada distingue tan claramente al paganismo del cristianismo como el hecho de que ese algo que llamamos filosofía tuviera poco o nada que ver con ese algo social que llamamos religión. De todas maneras, no cabía esperar provecho alguno de predicar una religión natural a gente para quien la na­turaleza se habla convertido en tan poco natural como cualquier religión. Sabían ellos mucho mejor que no­sotros sus propios males y la suerte de demonios que les tentaban y atormentaban a un tiempo, y escribieron el siguiente texto encima de este dilatado espacio de la historia: "Esta suerte (de demonios) no se echa sino con la oración y el ayuno".
G.K. Chesterton, San Francisco de Asís.


El pensamiento de Teilhard de Chardin


El punto de vista y el método:

Mientras que Santo Tomás de Aquino vivió en una época en que coexistían, cada una con “su verdad”, la religión y la filosofía, Pierre Teilhard de Chardin vive en una época en que coexisten y compiten ciencia y religión. Así como Santo Tomás pertenece tanto a la filosofía como a la religión, y las compatibiliza en una verdad única, Teilhard de Chardin pertenece tanto a la religión como a la ciencia, y trata de compatibilizarlas en una única verdad.

T. de Ch: “La originalidad de mi creencia consiste en que tiene sus raíces en dos campos de la vida habitualmente considerados como antagonistas. Por educación y formación intelectual, yo pertenezco a los «hijos del Cielo». Pero por temperamento y por estudios profesionales, yo soy un «hijo de la Tierra». Situado así por la vida en el corazón de dos mundos de los que conozco, por una experiencia familiar, la teoría, la lengua y los sentimientos, no he erigido ningún tabique interior, sino que he dejado que actúen en plena libertad una sobre otra, en el fondo de mí mismo, dos influencias aparentemente contrarias. Pues bien; al término de esta operación, después de treinta años consagrados a perseguir la unidad interior, tengo la impresión de que se ha operado, naturalmente, una síntesis entre las dos corrientes que me solicitan. Una no ha matado a la otra. Hoy creo, probablemente, más que nunca en Dios y, desde luego, más que nunca en el mundo. ¿No está aquí, a una escala individual, la solución particular, esbozada al menos, del gran problema espiritual con el que choca, en la hora presente, el frente de avance de la humanidad?”

(Citado en “Introducción al pensamiento de Teilhard de Chardin” de Claude Tresmontant – Taurus Ediciones SA)

Los escritos de Teilhard de Chardin tratan de ser estrictamente científicos, si bien luego podrán ser interpretados desde una visión cristiana. Al respecto se citan algunas aclaraciones que aparecen en distintos escritos de Teilhard de Chardin.

T. de Ch: “Las páginas que siguen no tratan de presentar directamente ninguna filosofía; pretenden, por el contrario, extraer su fuerza del cuidado que se ha tenido en evitar todo recurso a la metafísica. Lo que se proponen es expresar una visión tan objetiva e ingenua como sea posible de la Humanidad considerada (en su conjunto y en sus conexiones con el universo) como un fenómeno”. “Ni explícitamente, ni implícitamente, se ha introducido en nuestros desarrollos la noción de lo mejor absoluto, o la de causalidad, o la de finalidad. Una ley experimental, una norma de sucesión en la duración, esto es lo que presentamos a la sabiduría positiva de nuestro siglo”.

“Quede bien entendido, en primer lugar, que, en lo que sigue, me limito expresamente, como es conveniente, al terreno de los hechos, es decir, al dominio de lo tangible y de lo fotografiable. Al discutir, como sabio, perspectivas científicas, debo atenerme, y me atendré estrictamente, al examen del orden de las apariencias, es decir, de los fenómenos”.

El sentido de la evolución:

Desde la religión o desde la filosofía se habla de la “finalidad del universo”, o de la “finalidad del hombre”, como si mediante la revelación o mediante la razón pudiéramos descubrir la voluntad explícita del Creador. En cambio, desde la ciencia sólo podemos hablar de un “sentido”, como una tendencia observable de la evolución del universo, o de la humanidad. Luego, a partir de este sentido, es posible hablar de una finalidad implícita, o finalidad aparente.

T. de Ch: “La evolución es la expresión de la ley estructural (a la vez, de «ser» y de conocimiento) en virtud de la cual nada, absolutamente nada, podría entrar en nuestra vida y visión más que por vía del nacimiento, sinónimo, en otros términos, de la «pan-interligazón» temporal-espacial del Fenómeno”. “No fue hasta el siglo XIX, bajo la influencia de la Biología, cuando fue descubierta la «coherencia irreversible» de todo lo que existe. La menor molécula de carbono está en función, por naturaleza y por posición, del proceso sideral total; y el menor protozoario está tan estructuralmente mezclado con la trama de la Vida, que su existencia no podría ser anulada, por hipótesis, sin que se deshiciese ipso facto la red entera de la Biosfera. La distribución, la sucesión y la solidaridad de los seres, nacen de su concrescencia en una génesis común. El tiempo y el espacio se unen orgánicamente para tejer, los dos juntos, la Tela del Universo…”.

Claude Tresmontant escribe: “Toda la obra científica de Teilhard puede caracterizarse como un esfuerzo para leer, en la misma realidad, y sin acudir a ningún supuesto metafísico, el sentido de la Evolución, para elucidar su intencionalidad inmanente, en el orden mismo del fenómeno, por el método científico solamente, generalizando así, en el dominio del Fenómeno espacio-temporal total, una diligencia reconocida como legítima en otras regiones del saber, en psicología, por ejemplo, como ya hemos dicho”.

T. de Ch: “Nos encontramos frente a un problema de la Naturaleza: descubrir, si existe, el sentido de la Evolución. Se trata de resolverlo sin abandonar el dominio de los hechos científicos. Esto es lo que voy a tratar de hacer aquí”

(De “El fenómeno Humano” – Taurus Ediciones SA – Madrid 1967)

El parámetro de complejidad creciente:

Posiblemente, el principio de complejidad-conciencia sea el concepto más importante aportado por Teilhard de Chardin. De verificarse su existencia, abre una gran posibilidad para la tan ansiada unidad de ciencia y religión. Este principio describe la sucesión que va desde las partículas, átomos, moléculas, células, etc., hasta llegar a la vida inteligente, lo que implica un doble ascenso desde lo simple a lo complejo y desde la materia inerte hasta la vida consciente de sí misma.

T. de Ch: “Existe, propagándose a extracorriente a través de la entropía, una deriva cósmica de la Materia hacia estados de orden cada vez más centro-complicados (y esto, en dirección a un tercer infinito –Infinito de complejidad- tan real como lo Ínfimo y lo Inmenso. Y la conciencia se presenta experimentalmente como el efecto específico de esta complejidad llevada a valores extremos”.

“En la tabla así construida por orden de complejidad, los elementos se suceden por orden histórico de nacimiento. En nuestra tabla de complejidades, el puesto ocupado por cada corpúsculo sitúa cronológicamente a ese elemento en la génesis del universo; es decir, en el tiempo. Le pone una fecha”. “…la biología no será otra cosa que la Física de lo complejo muy grande”.

“Lo viviente ha sido considerado desde hace mucho tiempo como una singularidad accidental de la materia terrestre, con lo que resulta que la biología entera queda sin comprobación en sí, sin lazo inteligible con el resto de la física. Todo cambia si (como lo sugiere la curva de corpusculización) la vida no es otra cosa, para la experiencia científica, que un efecto específico de la materia complejificada; propiedad co-extensiva en sí a la Tela cósmica entera, pero captable solamente por nuestra mirada allí donde la complejidad sobrepasa cierto valor crítico, por debajo del cual no vemos nada”

El parámetro de cefalización:

Claude Tresmontant escribe: “Lo que mide el grado de vitalización alcanzado por la materia en un momento dado, es –responde Teilhard- su grado de «interiorización», su «temperatura psíquica», su nivel de conciencia. ¿Cuál es el órgano especialmente conectado con el desarrollo psíquico del ser? Es, sin duda, el sistema nervioso. Este es el parámetro del que teníamos necesidad para elucidar, en la diversidad inextricable de las variaciones secundarias, el sentido de la evolución biológica; podemos enunciar la ley de cefalización:

T. de Ch: “Cualquiera que sea el grupo animal (vertebrado o artrópodo) del que se estudie la evolución, es de destacar que, en todos los casos, el sistema nervioso crece con el tiempo en volumen y en orden, y, simultáneamente, se concentra en la región anterior, cefálica, del cuerpo. Tomados en el detalle de los miembros y del esqueleto, los diversos tipos organizados pueden diferenciarse perfectamente, cada uno según su línea propia, en las direcciones más diversas o más opuestas. Considerada en el desarrollo de los ganglios cerebrales, toda vida, toda la vida, deriva (más o menos rápidamente, pero esencialmente), como una sola ola ascendente, en la dirección de los cerebros más grandes”.

“Entre las infinitas modalidades en que se dispersa la complicación vital, la diferenciación de la substancia nerviosa se destaca, tal como lo hacía prever la teoría, como una transformación significativa. Da un sentido, y por consiguiente demuestra que hay un sentido en la evolución”.

“Abandonada a sí misma largo tiempo, bajo el juego prolongado de las probabilidades, la materia manifiesta la propiedad de ordenarse en agrupamientos cada vez más complejos, y, al mismo tiempo, cada vez más impregnados de conciencia; este doble movimiento conjugado de enrollamiento cósmico y de interiorización (o centración) psíquica prosigue, acelerándose y avanzando todo lo lejos que es posible, una vez iniciado”.

“Esta deriva de complejidad-conciencia (que desemboca en la formación de corpúsculos cada vez más astronómicamente complicados) es fácilmente reconocible desde lo atómico, y se afirma en lo molecular. Pero es, evidentemente, en lo viviente donde se descubre con toda su claridad, y toda su aditividad; al mismo tiempo que se transpone en una forma cómoda y simplificada: la deriva de cerebración”.

La evolución continuada:

Además de la evolución biológica y la tendencia descripta antes, le sigue la evolución cultural del hombre, que ha de ser una continuación de aquélla.

T. de Ch: “Sin ninguna razón científica precisa, sino por simple efecto de impresión y rutina, hemos adquirido la costumbre de separar unos de otros, como si pertenecieran a dos mundos diferentes, los ordenamientos de individuos y los ordenamientos de células, siendo sólo los segundos mirados como orgánicos y naturales, por oposición a los primeros, relegados al dominio de lo moral y lo artificial. Lo social (lo social humano sobre todo), se considera asunto de historiadores y de juristas, más que de biólogos…”

“Superando y desdeñando esta ilusión vulgar, intentemos, más sencillamente, la vía contraria. Es decir, ampliemos, sin más complicaciones, la perspectiva reconocida más arriba como válida para todos los agrupamientos corpusculares conocidos, desde los átomos y las moléculas hasta los edificios celulares inclusive. Dicho de otra forma, decidamos que los múltiples factores (ecológicos, fisiológicos, psíquicos…) que actúan para aproximar y relacionar establemente entre sí a los seres vivientes en general (y más especialmente a los seres humanos), no son más que la prolongación y la expresión, a este nivel, de las fuerzas de complejidad-conciencia, que, como decíamos, siempre han sido actuantes, para construir (tan lejos como sea posible y en todos los lugares donde sea posible en el Universo), en dirección opuesta a la entropía, conjuntos corpusculares de orden cada vez más elevados”.

El paso de la reflexión:

Claude Tresmontant escribe: “Según la expresión de Julian Huxley, el hombre no es otra cosa que la evolución hecha consciente de sí misma. El hombre toma conciencia de la corriente ontológica que le arrastra y tiene en su mano ciertas palancas de mando”. “La condición primera para que el hombre acabe la obra cósmica emprendida, es que la evolución (o en términos metafísicos, la Creación) descubra que tiene un sentido”. “Si hay fracaso, la culpa no deberá ser imputada al Universo, ni a la Creación, sino al hombre. Y Teilhard veía en las filosofías del absurdo y en la derelicción los signos inquietantes de un «aburrimiento» que, para él, es el más grande, el único peligro que puede amenazar a la evolución”.

T. de Ch.: “El hombre no es solamente una nueva «especie» de animal, como todavía se repite con demasiada frecuencia. Representa, inicia una nueva especie de vida»”

“Después de la era de las evoluciones sufridas, la era de la auto-evolución”. “En él, la conciencia, por primera vez sobre la Tierra, se ha replegado sobre sí misma, hasta convertirse en pensamiento”.

“…para el mundo, estar construido de tal modo que el pensamiento que ha salido evolutivamente de él tenga derecho a considerarse irreversible, en lo esencial de sus conquistas y que la conciencia, florecida sobre la complejidad, escape, de una manera o de otra, a la descomposición de la que nada podrá preservar, a fin de cuentas, al tallo corporal y planetario que la soporta. A partir del momento en que ella se piensa, la evolución no podrá ya aceptarse, ni autoprolongarse, más que si se reconoce irreversible, es decir, inmortal”.

La convergencia de la evolución:

T. de Ch: “El hombre, al mismo tiempo que un individuo centrado en relación consigo mismo (es decir, una «persona»), ¿no representa un elemento, en relación con alguna nueva y más alta síntesis? Conocemos los átomos, sumas de núcleos y de electrones; las moléculas, sumas de átomos; las células, sumas de moléculas…¿No habrá, entre nosotros, una humanidad en formación, suma de personas organizadas? ¿Y no es ésta, por lo demás, la única manera lógica de prolongar, por recurrencia (en la dirección de mayor complejidad centrada y de mayor conciencia), el curso de la moleculización universal?”

El punto Omega:

Mientras que el sentido de la evolución nos lleva hacia una etapa de espiritualización humana, las propias profecías bíblicas predicen un acontecimiento similar, consistente en la Parousía, o Segunda Venida de Cristo, quien dijo: “Yo soy el alfa y la omega, el primero y el último…”. De ahí, seguramente, la denominación de “punto Omega” para esta convergencia. La explicación más simple para esta aparente coincidencia, implica que el cristianismo es una religión natural, por lo que no resulta nada extraño de que ocurra la mencionada convergencia.

T. de Ch: “Se miren como se miren las cosas, el universo no puede tener dos cabezas, no puede ser «bicéfalo». Por sobrenatural que sea, por consiguiente, al final de la operación sintetizante reivindicada por el dogma para el Verbo encarnado, no podrá ejercerse en divergencia de la convergencia natural del mundo, tal como lo hemos definido más arriba. Centro universal «crístico» , fijado por la teología, y Centro universal cósmico, postulado por la antropogénesis: ambos focos, a fin de cuentas, coinciden (o, por lo menos, se superponen) necesariamente en el medio histórico en que nos encontramos situados. Cristo no sería el único motor, la única salida del universo, si el universo pudiera, de una forma cualquiera, agruparse, incluso en un grado inferior, fuera de él. Cristo, más aun, se encontraría aparentemente en la incapacidad física de centrar en sí mismo, sobrenaturalmente, al universo, si éste no hubiera ofrecido a la Encarnación un punto privilegiado donde todas las fibras cósmicas, por estructura natural, tienden a reunirse”.

(Textos extraídos de “Introducción al pensamiento de Teilhard de Chardin” de Claude Tresmontant – Ediciones Taurus SA – Madrid 1962)

martes

CORRESPONDENCIAS Charles Baudelaire

http://www.poesias.cl/baudelaire_03a.jpg
La Naturaleza es un templo en que vivientes  pilares
Dejan salir a veces confusos vocablos;
El hombre atraviesa por bosques de símbolos
Que lo observan con miradas familiares

Como largos ecos que de lejos se confunden,
Desde una tenebrosa y profunda unidad
Vasta como la noche y como la claridad
Los perfumes, los colores y los sonidos  se responden.

Hay perfumes  frescos como carnes de niños,
Dulces como el oboe, verdes como los prados.
Y hay otros corruptos, opulentos, triunfantes,

Tienen la expansión de las cosas infinitas
Como el ámbar, el  almizcle, el benjuí y el  incienso,
Que cantan los éxtasis  del espíritu y los sentidos

traducción: pba

domingo

Teoría de la conspiración



 “ Esta teoría, más primitiva que la mayoría de las diversas formas de teísmo, es comparable a la teoría de la sociedad de Homero. Este concebía el poder de los dioses de modo tal que todo lo que ocurría en la planicie situada frente a Troya era sólo un reflejo de diversas conspiraciones del Olimpo. La teoría conspiracional de la sociedad es justamente una variante de este teísmo, de una creencia en dioses cuyos caprichos y deseos lo gobiernan todo. Procede de la supresión de Dios, para luego preguntar: ¿Quién está en su lugar?. Su puesto lo ocupan entonces diversos hombres y grupos poderosos, tenebrosos grupos de presión, responsables de haber planeado la gran depresión y todos los males que sufrimos... El teórico de la conspiración creerá que es posible comprender del todo las instituciones como resultado de designios conscientes; y en cuanto a los colectivos, habitualmente les asigna un tipo de personalidad de grupo y los considera como agentes conspirativos, como si fueran personas.”


Karl Popper. Conjeturas y Refutaciones


[...] Brevemente describiré una teoría que es ampliamente sostenida pero que asume lo que yo considero lo opuesto del verdadero objetivo de las ciencias sociales; a esta teoría la llamo la teoría conspiratoria de la sociedad. Ésta es el punto de vista de que la explicación de un fenómeno social consiste en el descubrimiento de los hombres o grupos que están interesados en la ocurrencia de ese fenómeno (a veces es un interés oculto que primero debe ser revelado), y que han planeado y conspirado para precipitarlo. Desde luego que esta idea de los objetivos de las ciencias sociales surge de la teoría equivocada de que todo lo que pase en la sociedad (especialmente acontecimientos como la guerra, el desempleo, la pobreza o la carestía, que por lo común le desagradan a la gente) es el resultado de un designio directo de algunos individuos y grupos poderosos. Esta teoría es ampliamente sostenida; es incluso más antigua que el historicismo [1] (que, como se demuestra por su primitiva forma teísta, es un derivado de la teoría conspirativa). En su forma moderna, como el historicismo moderno, y una cierta actitud hacia las “leyes naturales”, es un resultado típico de la secularización de una superstición religiosa. La creencia en los dioses homéricos cuyas conspiraciones explican la historia de la guerra de Troya se ha ido. Los dioses han sido abandonados. Pero su lugar es ocupado por personas o grupos poderosos, siniestros grupos de presión cuya perversidad es responsable de todos los males que sufrimos, grupos tales como los Sabios de Sión, o los monopolistas, o los capitalistas, o los imperialistas.
No deseo implicar que las conspiraciones nunca pasan. Por el contrario, son fenómenos sociales típicos. Se vuelven importantes, por ejemplo, cuando la gente que cree en la teoría conspiratoria llega al poder. Y las personas que sinceramente creen que ellas son las que saben cómo hacer el Cielo en la Tierra son las más dadas a adoptar la teoría conspiratoria, y volverse involucradas en contra-conspiraciones contra conspiradores inexistentes, pues la única razón de su fracaso al producir su Paraíso es la malvada intención del Demonio, que tiene un interés personal en crear el Infierno.
Debe admitirse que las conspiraciones ocurren. Pero el hecho contundente que refuta la teoría conspiratoria es que a pesar de su ocurrencia, pocas de estas conspiraciones son finalmente exitosas. Los conspiradores rara vez consuman su conspiración.
¿Por qué es así? ¿Por qué los logros difieren tan ampliamente de las aspiraciones? Porque ése es usualmente el caso en la vida social, con o sin conspiraciones. La vida social no sólo es una prueba de fuerza entre grupos opositores: es su acción dentro de un marco más o menos resiliente o amalgamado de instituciones y tradiciones, y crea (aparte de cualquier oposición consciente) muchas reacciones imprevistas en ese marco, algunas de ellas incluso imprevisibles.
Tratar de analizar estas reacciones y preverlas hasta donde sea posible es, creo yo, la tarea principal de las ciencias sociales. Es la tarea de analizar las repercusiones sociales accidentales de acciones humanas intencionales, aquellas repercusiones cuya significación es negada tanto por la teoría conspiratoria como por el psicologismo [2], como se indicó antes. Una acción que procede precisamente de acuerdo a la intención no crea un problema para la ciencia social (excepto tal vez por qué en ese caso particular no ocurrieron repercusiones accidentales). Una de las acciones económicas más primitivas puede servir como ejemplo para hacer más clara la idea de las consecuencias no deseadas de nuestras acciones. Si un hombre desea comprar una casa urgentemente, podemos asumir con seguridad que no desea que el precio de mercado de las casas aumente. Pero el solo hecho de que aparece en el mercado como un comprador tenderá a aumentar los precios de mercado. Y lo análogo se sostiene para el vendedor. O para tomar un ejemplo de un campo muy diferente, si un hombre decide asegurar su vida, es poco probable que tenga la intención de motivar a otros para que inviertan su dinero en pólizas de seguros. Pero lo hará de todas formas. Aquí vemos claramente que no todas las consecuencias de nuestras acciones son intencionales, y consecuentemente, que la teoría conspiratoria de la sociedad no puede ser verdadera porque se reduce a la aserción de que todos los resultados, incluso aquellos que a primera vista no parecen ser buscados por nadie, son los resultados intencionales de las acciones de gente interesada en esos resultados.

 Karl Popper. La sociedad abierta y sus enemigos.


"... pero a mí me preocupa lo siguiente: si  Dios no existe, ¿quién mantiene entonces el orden en la tierra y dirige la vida humana?

—El hombre mismo —dijo Desamparado con irritación, apresurándose a contestar una pregunta tanpoco clara.

—Perdone usted —dijo el desconocido suavemente- para dirigir algo es preciso contar con un futuro más o menos previsible; y dígame: ¿cómo podría estar este gobierno en manos del hombreque no sólo es incapaz de elaborar un plan para un plazo tan irrisorio como mil años, sino que n isiquiera está seguro de su propio día de mañana?—Y volviéndose a Berlioz— Figúrese, por ejemplo,que es usted el que va a disponer de sí mismo y de los demás, y que poco a poco le toma gusto;pero de pronto... resulta que usted... hum... tiene un sarcoma pulmonar...
Al decir esto el extranjero sonreía, como si la idea del sarcoma le complaciera extraordinariamente— pues sí, un sarcoma —repitió la palabra sonora, entornando los ojos como un gato—. ¡Y se acabó su capacidad degobierno! Todo lo que no sea su propia vida dejará de interesarle. La familia empieza a engañarle; y usted, dándose cuenta de que hay algo raro, se lanza a consultar con grandes médicos, luego con charlatanes y, a veces, incluso con videntes. Las tres medidas son absurdas, y usted lo sabe. El fin de todo esto es trágico: el que hace muy poco se sabía con el poder en las manos, se encuentra de pronto inmóvil en una caja de madera; y los que le rodean, conscientes de su inutilidad le quemanen un horno.
Y hay veces que lo que sucede es aún peor: un hombre se dispone a ir a Kislovodsk —el extranjero miró de reojo a Berlioz—  puede parecer una tontería, pero ni siquiera eso está en su smanos, porque repentinamente y sin saber por qué, resbala y le atropella un tranvía. No me dirá que ha sido él mismo quien lo ha dispuesto así. ¿No sería más lógico pensar que fue otro el que lo había previsto? —y se echó a reír con extraña expresión. "

Mijaíl Bulgákov. El Maestro y Margarita.   

Karl Popper
Mijaíl Bulgakov
 ·