miércoles

Chesterton : El fin de la "Edad Oscura"

Quien suponga que la "Edad Oscura" fue tinieblas y nada más, y que la aurora del siglo trece sólo fue plena luz de día, no encontrará pie ni cabeza en la historia humana de san Francisco. Lo cierto es que la alegría del Santo y de los juglares de Dios no fue sólo un des­pertar. Fue algo imposible de entender sin compren­der su credo místico. El fin de la "Edad Oscura" no fue únicamente el fin de un sueño. En realidad de verdad, no fue el fin de una supersticiosa esclavitud solamente. Fue el fin de algo perteneciente a un orden de ideas perfectamente definido aunque totalmente distinto.


La "Edad Oscura" representaba el fin de una peni­tencia o, si se prefiere, de una purgación. Señaló el momento en que terminaba una cierta expiación espi­ritual y en que al fin se extirpaban del sistema ciertas dolencias espirituales. Se lo hacía a través de una era de ascetismo, único medio que podía curarlas. El cris­tianismo entró en el mundo para sanarlo y lo sanó de la única manera que era posible.
Observándolo de modo puramente externo y experi­mental, la elevada civilización de la antigüedad termi­nó en su totalidad al aprender una lección, a saber, al convertirse al cristianismo. Pero esta lección fue un hecho psicológico tanto como una fe teológica. Cierta­mente la civilización pagana había alcanzado un nivel muy elevado. Nuestra tesis no se debilitará y tal vez hasta se robustezca si decimos que había llegado al grado más alto de cuantos la humanidad había logra­do. Había descubierto las artes de la poesía y la repre­sentación plástica aún no rivalizadas, había descubier­to sus propios y permanentes ideales políticos, había descubierto su propio y claro sistema de lógica y de lenguaje. Pero, por encima de todo, había descubierto su propio error.
El error era demasiado profundo para ser definido ideológicamente, en abreviatura, se lo puede definir como el culto de la naturaleza. Casi con igual razón se lo podría llamar el error de la naturalidad, lo que era, ciertamente, un error muy natural. Los griegos, esos grandes guías y pioneros de la antigüedad pagana, partieron de una idea maravillosamente simple y direc­ta: la de que mientras el hombre avance por la gran vía de la razón y la naturaleza no cabe esperar daño alguno, sobre todo si es él tan destacadamente ilustrado e inteligente como los griegos. Si no fuera pedante di­ríamos que le bastaba al hombre seguir el olfato de su nariz siempre que se tratara de una nariz griega. Pero no hace falta más que los propios griegos para ilustrar la extraña pero cierta fatalidad que se sigue de esta fa­lacia. Apenas se empeñan los griegos en seguir el olfa­to de su nariz y su noción de naturalidad, les acontece la cosa más singular de la historia. Demasiado singular para ser tema fácil de discusión. Notemos cómo nuestros más repelentes realistas nunca nos conceden a nosotros el beneficio de su realismo. Sus estudios de te­mas desagradables no toman nunca en cuenta el testi­monio que de ellos se desprende en favor de las verda­des de la moralidad tradicional. Pero si en verdad tu­viéramos olfato para estas cosas, podríamos citar millares de ellas como partes de un alegato en favor de la moral cristiana. Y un ejemplo de esto nos lo da el hecho de que nadie haya escrito una verdadera histo­ria moral de los griegos con esta orientación. Nadie se ha percatado del peso o singularidad de esta historia. Los hombres más sabios y prudentes del mundo se pro­pusieron ser naturales, y lo primero que hicieron fue la cosa menos natural del mundo. El efecto inmediato de saludar al sol y de la soleada salud de la naturaleza fue una perversión que se extendió como la peste. Los más grandes y aun los más puros filósofos no pudieron librarse aparentemente de esta especie de locura de baja estofa. ¿Por qué? Al pueblo cuyos poetas conci­bieron a Helena de Troya y cuyos escultores labraron la Venus de Milo debe haberle parecido cosa sencilla mantenerse sano en este particular. Pero lo cierto es que quien adora la salud difícilmente pueda mante­nerse sano. Cuando el hombre se empeña en seguir el camino recto anda cojeando. Cuando sigue el olfato de su nariz termina torciéndosela o aun quizás cortán­dosela en un rostro desfigurado, y esto ocurrirá en con­sonancia con algo más profundo en la naturaleza hu­mana de cuanto son capaces de entender los adorado­res de la misma. Hablando humanamente el descubri­miento de ese algo fue lo que constituyó la conversión al cristianismo. Hay una inclinación en el hombre co­mo la hay en el juego de bolos, y el cristianismo fue el descubrimiento de la manera de corregir la perversa inclinación y acertar en el blanco. Muchos se sonreirán al oirlo, pero es profundamente cierto que la buena noticia que trajo el evangelio fue la nueva del pecado original.
Roma se levantó a contrapelo de sus maestros griegos porque nunca aceptó del todo que le enseña­ran semejantes añagazas. Era dueña de una tradición doméstica mucho más decente; pero a la postre adole­ció de la misma falacia en su tradición religiosa, que fue por fuerza y en no pequeña medida la tradición pagana del culto de la naturaleza. El problema de to­da la tradición pagana se concentra en que en la vía al misticismo nada hallaron los hombres fuera de lo con­cerniente al misterio de fuerzas innombrables de la na­turaleza tales como el sexo, la generación y la muerte. También en el Imperio Romano, ya mucho antes de su fin, encontramos que el culto a la naturaleza produ­ce inevitablemente cosas contra natura. Se han con­vertido en proverbiales casos como el de Nerón cuando el sadismo se asentaba, imprudente, en el trono a ple­na luz. Pero la verdad a que me refiero es algo mucho más sutil y universal que un convencional catálogo de atrocidades. Lo que le aconteció a la imaginación hu­mana en su conjunto fue que el mundo se iba tiñendo de peligrosas pasiones en rápida descomposición: de pasiones naturales que se convertían en pasiones contra natura. Así, al tratar la sexualidad como si só­lo fuera cosa natural produjo el efecto de que el resto de las cosas inocentes y naturales se embebiesen y satu­rasen de sexo. Porque a la sexualidad no se la puede tratar simplemente en pie de igualdad con emociones elementales o experiencias como el comer y el dormir. Tan luego como el sexo deja de ser siervo se convierte en tirano. Hay algo peligroso y desproporcionado en el lugar que el sexo ocupa en la naturaleza humana, y no cabe duda de que el sexo necesita purificación y espe­cial cuidado. La charlatanería moderna sobre que el sexo es igual a los demás sentidos y sobre el cuerpo bello como la flor o el árbol o es una descripción del paraíso terrenal o un fragmento de pésima psicología, de la que el mundo se cansó hace ya dos mil años.
Empero, no se confunda lo dicho con mero sensa­cionalismo puritano acerca de la perversidad del mun­do pagano. Lo que aquí proponemos más que decir cuán perverso era el mundo pagano señala que era éste lo bastante bueno como para percatarse de que su pa­ganismo se estaba pervirtiendo o, mejor dicho, que se hallaba en el camino lógico de la perversión. Quiero decir que la "magia natural" no tenía porvenir alguno; profundizar en ella no era sino obscurecerla hasta ha­cerla magia negra. No tenía futuro alguno porque en lo pasado sólo fue inocente por ser joven. Podríamos decir que fue inocente sólo porque era superficial. Los paganos eran más sabios que el paganismo; por esto se hicieron cristianos. Muchos de ellos poseían una filoso­fía, virtudes familiares y honor militar en que afirmarse para no caer; pero por aquél entonces esa cosa pura­mente popular que llamamos religión ya lo arrastraba por la pendiente. Y cuando contra el mal se acepta una reacción semejante no es equivocado suponer que esto representaba un mal que estaba por doquier. En un sentido distinto y más literal su nombre era Pan.
No es metáfora decir que esas gentes necesitaban un cielo nuevo y una tierra nueva, porque hablan profa­nado la propia tierra y aun el propio cielo. ¿Cómo po­dían resolver su problema mirando el cielo cuyas estrellas desplegaban leyendas eróticas? ¿Cómo podían aprender algo del amor de los pájaros y las flores des­pués de las historias de amor que de ellos se contaban? No podemos multiplicar aquí las evidencias, y un pe­queño ejemplo habrá de suplirlas. Todos conocemos la naturaleza de las asociaciones sentimentales que des­pierta en nosotros la palabra "jardín" y cómo muchas veces nos trae a la memoria recuerdos de romances melancólicos e inocentes o, con igual frecuencia, el de una graciosa doncella o un bondadoso y anciano sacer­dote modelado a la sombra de un vallado de tejos, a la vista quizá de un campanario pueblerino. Y luego quien conozca un poco de poesía latina invagine súbi­tamente lo que un tiempo se alzó, obsceno y mons­truoso, en el sitio de la puesta del sol o en el lugar de la fuente y recuerde de qué condición fue el dios de los jardines.
Nada podía purgar semejante obsesión sino una re­ligión que literalmente no fuera terrena. No cuadraba decir a tales gentes que disfrutaran de una religión poblada de estrellas y flores; ni una flor ni una estrella siquiera existían que no hubieran sido mancillados. Los hombres tenían que marchar al desierto para no encontrar flores o aun al fondo de las cavernas para no ver estrellas. En este desierto y en esas cavernas pe­netró el más alto intelecto humano cosa de cuatro siglos, y fue esto lo más cuerdo que pudo hacer. Para la salvación de ese mundo nada restaba sino lo franca­mente sobrenatural; si Dios no podía salvarle, no podrían ciertamente hacerlo los dioses. La Iglesia pri­mitiva llamó demonios a los dioses del paganismo y tu­vo razón. Sea la que fuere la relación que en los princi­pios tuvieron quizás los dioses con una religión natu­ral, en aquellos santuarios vacíos nada moraba ahora sino demonios. Pan ya no era más que pánico. Venus ya no era más que vicio venéreo. No pretendo decir por manera alguna, qué duda cabe, que todos los pa­ganos individualmente tuvieran estos rasgos ni siquiera hacia el final del paganismo, pero de ellos se aparta­ban como individuos. Nada distingue tan claramente al paganismo del cristianismo como el hecho de que ese algo que llamamos filosofía tuviera poco o nada que ver con ese algo social que llamamos religión. De todas maneras, no cabía esperar provecho alguno de predicar una religión natural a gente para quien la na­turaleza se habla convertido en tan poco natural como cualquier religión. Sabían ellos mucho mejor que no­sotros sus propios males y la suerte de demonios que les tentaban y atormentaban a un tiempo, y escribieron el siguiente texto encima de este dilatado espacio de la historia: "Esta suerte (de demonios) no se echa sino con la oración y el ayuno".
G.K. Chesterton, San Francisco de Asís.


El pensamiento de Teilhard de Chardin


El punto de vista y el método:

Mientras que Santo Tomás de Aquino vivió en una época en que coexistían, cada una con “su verdad”, la religión y la filosofía, Pierre Teilhard de Chardin vive en una época en que coexisten y compiten ciencia y religión. Así como Santo Tomás pertenece tanto a la filosofía como a la religión, y las compatibiliza en una verdad única, Teilhard de Chardin pertenece tanto a la religión como a la ciencia, y trata de compatibilizarlas en una única verdad.

T. de Ch: “La originalidad de mi creencia consiste en que tiene sus raíces en dos campos de la vida habitualmente considerados como antagonistas. Por educación y formación intelectual, yo pertenezco a los «hijos del Cielo». Pero por temperamento y por estudios profesionales, yo soy un «hijo de la Tierra». Situado así por la vida en el corazón de dos mundos de los que conozco, por una experiencia familiar, la teoría, la lengua y los sentimientos, no he erigido ningún tabique interior, sino que he dejado que actúen en plena libertad una sobre otra, en el fondo de mí mismo, dos influencias aparentemente contrarias. Pues bien; al término de esta operación, después de treinta años consagrados a perseguir la unidad interior, tengo la impresión de que se ha operado, naturalmente, una síntesis entre las dos corrientes que me solicitan. Una no ha matado a la otra. Hoy creo, probablemente, más que nunca en Dios y, desde luego, más que nunca en el mundo. ¿No está aquí, a una escala individual, la solución particular, esbozada al menos, del gran problema espiritual con el que choca, en la hora presente, el frente de avance de la humanidad?”

(Citado en “Introducción al pensamiento de Teilhard de Chardin” de Claude Tresmontant – Taurus Ediciones SA)

Los escritos de Teilhard de Chardin tratan de ser estrictamente científicos, si bien luego podrán ser interpretados desde una visión cristiana. Al respecto se citan algunas aclaraciones que aparecen en distintos escritos de Teilhard de Chardin.

T. de Ch: “Las páginas que siguen no tratan de presentar directamente ninguna filosofía; pretenden, por el contrario, extraer su fuerza del cuidado que se ha tenido en evitar todo recurso a la metafísica. Lo que se proponen es expresar una visión tan objetiva e ingenua como sea posible de la Humanidad considerada (en su conjunto y en sus conexiones con el universo) como un fenómeno”. “Ni explícitamente, ni implícitamente, se ha introducido en nuestros desarrollos la noción de lo mejor absoluto, o la de causalidad, o la de finalidad. Una ley experimental, una norma de sucesión en la duración, esto es lo que presentamos a la sabiduría positiva de nuestro siglo”.

“Quede bien entendido, en primer lugar, que, en lo que sigue, me limito expresamente, como es conveniente, al terreno de los hechos, es decir, al dominio de lo tangible y de lo fotografiable. Al discutir, como sabio, perspectivas científicas, debo atenerme, y me atendré estrictamente, al examen del orden de las apariencias, es decir, de los fenómenos”.

El sentido de la evolución:

Desde la religión o desde la filosofía se habla de la “finalidad del universo”, o de la “finalidad del hombre”, como si mediante la revelación o mediante la razón pudiéramos descubrir la voluntad explícita del Creador. En cambio, desde la ciencia sólo podemos hablar de un “sentido”, como una tendencia observable de la evolución del universo, o de la humanidad. Luego, a partir de este sentido, es posible hablar de una finalidad implícita, o finalidad aparente.

T. de Ch: “La evolución es la expresión de la ley estructural (a la vez, de «ser» y de conocimiento) en virtud de la cual nada, absolutamente nada, podría entrar en nuestra vida y visión más que por vía del nacimiento, sinónimo, en otros términos, de la «pan-interligazón» temporal-espacial del Fenómeno”. “No fue hasta el siglo XIX, bajo la influencia de la Biología, cuando fue descubierta la «coherencia irreversible» de todo lo que existe. La menor molécula de carbono está en función, por naturaleza y por posición, del proceso sideral total; y el menor protozoario está tan estructuralmente mezclado con la trama de la Vida, que su existencia no podría ser anulada, por hipótesis, sin que se deshiciese ipso facto la red entera de la Biosfera. La distribución, la sucesión y la solidaridad de los seres, nacen de su concrescencia en una génesis común. El tiempo y el espacio se unen orgánicamente para tejer, los dos juntos, la Tela del Universo…”.

Claude Tresmontant escribe: “Toda la obra científica de Teilhard puede caracterizarse como un esfuerzo para leer, en la misma realidad, y sin acudir a ningún supuesto metafísico, el sentido de la Evolución, para elucidar su intencionalidad inmanente, en el orden mismo del fenómeno, por el método científico solamente, generalizando así, en el dominio del Fenómeno espacio-temporal total, una diligencia reconocida como legítima en otras regiones del saber, en psicología, por ejemplo, como ya hemos dicho”.

T. de Ch: “Nos encontramos frente a un problema de la Naturaleza: descubrir, si existe, el sentido de la Evolución. Se trata de resolverlo sin abandonar el dominio de los hechos científicos. Esto es lo que voy a tratar de hacer aquí”

(De “El fenómeno Humano” – Taurus Ediciones SA – Madrid 1967)

El parámetro de complejidad creciente:

Posiblemente, el principio de complejidad-conciencia sea el concepto más importante aportado por Teilhard de Chardin. De verificarse su existencia, abre una gran posibilidad para la tan ansiada unidad de ciencia y religión. Este principio describe la sucesión que va desde las partículas, átomos, moléculas, células, etc., hasta llegar a la vida inteligente, lo que implica un doble ascenso desde lo simple a lo complejo y desde la materia inerte hasta la vida consciente de sí misma.

T. de Ch: “Existe, propagándose a extracorriente a través de la entropía, una deriva cósmica de la Materia hacia estados de orden cada vez más centro-complicados (y esto, en dirección a un tercer infinito –Infinito de complejidad- tan real como lo Ínfimo y lo Inmenso. Y la conciencia se presenta experimentalmente como el efecto específico de esta complejidad llevada a valores extremos”.

“En la tabla así construida por orden de complejidad, los elementos se suceden por orden histórico de nacimiento. En nuestra tabla de complejidades, el puesto ocupado por cada corpúsculo sitúa cronológicamente a ese elemento en la génesis del universo; es decir, en el tiempo. Le pone una fecha”. “…la biología no será otra cosa que la Física de lo complejo muy grande”.

“Lo viviente ha sido considerado desde hace mucho tiempo como una singularidad accidental de la materia terrestre, con lo que resulta que la biología entera queda sin comprobación en sí, sin lazo inteligible con el resto de la física. Todo cambia si (como lo sugiere la curva de corpusculización) la vida no es otra cosa, para la experiencia científica, que un efecto específico de la materia complejificada; propiedad co-extensiva en sí a la Tela cósmica entera, pero captable solamente por nuestra mirada allí donde la complejidad sobrepasa cierto valor crítico, por debajo del cual no vemos nada”

El parámetro de cefalización:

Claude Tresmontant escribe: “Lo que mide el grado de vitalización alcanzado por la materia en un momento dado, es –responde Teilhard- su grado de «interiorización», su «temperatura psíquica», su nivel de conciencia. ¿Cuál es el órgano especialmente conectado con el desarrollo psíquico del ser? Es, sin duda, el sistema nervioso. Este es el parámetro del que teníamos necesidad para elucidar, en la diversidad inextricable de las variaciones secundarias, el sentido de la evolución biológica; podemos enunciar la ley de cefalización:

T. de Ch: “Cualquiera que sea el grupo animal (vertebrado o artrópodo) del que se estudie la evolución, es de destacar que, en todos los casos, el sistema nervioso crece con el tiempo en volumen y en orden, y, simultáneamente, se concentra en la región anterior, cefálica, del cuerpo. Tomados en el detalle de los miembros y del esqueleto, los diversos tipos organizados pueden diferenciarse perfectamente, cada uno según su línea propia, en las direcciones más diversas o más opuestas. Considerada en el desarrollo de los ganglios cerebrales, toda vida, toda la vida, deriva (más o menos rápidamente, pero esencialmente), como una sola ola ascendente, en la dirección de los cerebros más grandes”.

“Entre las infinitas modalidades en que se dispersa la complicación vital, la diferenciación de la substancia nerviosa se destaca, tal como lo hacía prever la teoría, como una transformación significativa. Da un sentido, y por consiguiente demuestra que hay un sentido en la evolución”.

“Abandonada a sí misma largo tiempo, bajo el juego prolongado de las probabilidades, la materia manifiesta la propiedad de ordenarse en agrupamientos cada vez más complejos, y, al mismo tiempo, cada vez más impregnados de conciencia; este doble movimiento conjugado de enrollamiento cósmico y de interiorización (o centración) psíquica prosigue, acelerándose y avanzando todo lo lejos que es posible, una vez iniciado”.

“Esta deriva de complejidad-conciencia (que desemboca en la formación de corpúsculos cada vez más astronómicamente complicados) es fácilmente reconocible desde lo atómico, y se afirma en lo molecular. Pero es, evidentemente, en lo viviente donde se descubre con toda su claridad, y toda su aditividad; al mismo tiempo que se transpone en una forma cómoda y simplificada: la deriva de cerebración”.

La evolución continuada:

Además de la evolución biológica y la tendencia descripta antes, le sigue la evolución cultural del hombre, que ha de ser una continuación de aquélla.

T. de Ch: “Sin ninguna razón científica precisa, sino por simple efecto de impresión y rutina, hemos adquirido la costumbre de separar unos de otros, como si pertenecieran a dos mundos diferentes, los ordenamientos de individuos y los ordenamientos de células, siendo sólo los segundos mirados como orgánicos y naturales, por oposición a los primeros, relegados al dominio de lo moral y lo artificial. Lo social (lo social humano sobre todo), se considera asunto de historiadores y de juristas, más que de biólogos…”

“Superando y desdeñando esta ilusión vulgar, intentemos, más sencillamente, la vía contraria. Es decir, ampliemos, sin más complicaciones, la perspectiva reconocida más arriba como válida para todos los agrupamientos corpusculares conocidos, desde los átomos y las moléculas hasta los edificios celulares inclusive. Dicho de otra forma, decidamos que los múltiples factores (ecológicos, fisiológicos, psíquicos…) que actúan para aproximar y relacionar establemente entre sí a los seres vivientes en general (y más especialmente a los seres humanos), no son más que la prolongación y la expresión, a este nivel, de las fuerzas de complejidad-conciencia, que, como decíamos, siempre han sido actuantes, para construir (tan lejos como sea posible y en todos los lugares donde sea posible en el Universo), en dirección opuesta a la entropía, conjuntos corpusculares de orden cada vez más elevados”.

El paso de la reflexión:

Claude Tresmontant escribe: “Según la expresión de Julian Huxley, el hombre no es otra cosa que la evolución hecha consciente de sí misma. El hombre toma conciencia de la corriente ontológica que le arrastra y tiene en su mano ciertas palancas de mando”. “La condición primera para que el hombre acabe la obra cósmica emprendida, es que la evolución (o en términos metafísicos, la Creación) descubra que tiene un sentido”. “Si hay fracaso, la culpa no deberá ser imputada al Universo, ni a la Creación, sino al hombre. Y Teilhard veía en las filosofías del absurdo y en la derelicción los signos inquietantes de un «aburrimiento» que, para él, es el más grande, el único peligro que puede amenazar a la evolución”.

T. de Ch.: “El hombre no es solamente una nueva «especie» de animal, como todavía se repite con demasiada frecuencia. Representa, inicia una nueva especie de vida»”

“Después de la era de las evoluciones sufridas, la era de la auto-evolución”. “En él, la conciencia, por primera vez sobre la Tierra, se ha replegado sobre sí misma, hasta convertirse en pensamiento”.

“…para el mundo, estar construido de tal modo que el pensamiento que ha salido evolutivamente de él tenga derecho a considerarse irreversible, en lo esencial de sus conquistas y que la conciencia, florecida sobre la complejidad, escape, de una manera o de otra, a la descomposición de la que nada podrá preservar, a fin de cuentas, al tallo corporal y planetario que la soporta. A partir del momento en que ella se piensa, la evolución no podrá ya aceptarse, ni autoprolongarse, más que si se reconoce irreversible, es decir, inmortal”.

La convergencia de la evolución:

T. de Ch: “El hombre, al mismo tiempo que un individuo centrado en relación consigo mismo (es decir, una «persona»), ¿no representa un elemento, en relación con alguna nueva y más alta síntesis? Conocemos los átomos, sumas de núcleos y de electrones; las moléculas, sumas de átomos; las células, sumas de moléculas…¿No habrá, entre nosotros, una humanidad en formación, suma de personas organizadas? ¿Y no es ésta, por lo demás, la única manera lógica de prolongar, por recurrencia (en la dirección de mayor complejidad centrada y de mayor conciencia), el curso de la moleculización universal?”

El punto Omega:

Mientras que el sentido de la evolución nos lleva hacia una etapa de espiritualización humana, las propias profecías bíblicas predicen un acontecimiento similar, consistente en la Parousía, o Segunda Venida de Cristo, quien dijo: “Yo soy el alfa y la omega, el primero y el último…”. De ahí, seguramente, la denominación de “punto Omega” para esta convergencia. La explicación más simple para esta aparente coincidencia, implica que el cristianismo es una religión natural, por lo que no resulta nada extraño de que ocurra la mencionada convergencia.

T. de Ch: “Se miren como se miren las cosas, el universo no puede tener dos cabezas, no puede ser «bicéfalo». Por sobrenatural que sea, por consiguiente, al final de la operación sintetizante reivindicada por el dogma para el Verbo encarnado, no podrá ejercerse en divergencia de la convergencia natural del mundo, tal como lo hemos definido más arriba. Centro universal «crístico» , fijado por la teología, y Centro universal cósmico, postulado por la antropogénesis: ambos focos, a fin de cuentas, coinciden (o, por lo menos, se superponen) necesariamente en el medio histórico en que nos encontramos situados. Cristo no sería el único motor, la única salida del universo, si el universo pudiera, de una forma cualquiera, agruparse, incluso en un grado inferior, fuera de él. Cristo, más aun, se encontraría aparentemente en la incapacidad física de centrar en sí mismo, sobrenaturalmente, al universo, si éste no hubiera ofrecido a la Encarnación un punto privilegiado donde todas las fibras cósmicas, por estructura natural, tienden a reunirse”.

(Textos extraídos de “Introducción al pensamiento de Teilhard de Chardin” de Claude Tresmontant – Ediciones Taurus SA – Madrid 1962)

martes

CORRESPONDENCIAS Charles Baudelaire

http://www.poesias.cl/baudelaire_03a.jpg
La Naturaleza es un templo en que vivientes  pilares
Dejan salir a veces confusos vocablos;
El hombre atraviesa por bosques de símbolos
Que lo observan con miradas familiares

Como largos ecos que de lejos se confunden,
Desde una tenebrosa y profunda unidad
Vasta como la noche y como la claridad
Los perfumes, los colores y los sonidos  se responden.

Hay perfumes  frescos como carnes de niños,
Dulces como el oboe, verdes como los prados.
Y hay otros corruptos, opulentos, triunfantes,

Tienen la expansión de las cosas infinitas
Como el ámbar, el  almizcle, el benjuí y el  incienso,
Que cantan los éxtasis  del espíritu y los sentidos

traducción: pba

domingo

Teoría de la conspiración



 “ Esta teoría, más primitiva que la mayoría de las diversas formas de teísmo, es comparable a la teoría de la sociedad de Homero. Este concebía el poder de los dioses de modo tal que todo lo que ocurría en la planicie situada frente a Troya era sólo un reflejo de diversas conspiraciones del Olimpo. La teoría conspiracional de la sociedad es justamente una variante de este teísmo, de una creencia en dioses cuyos caprichos y deseos lo gobiernan todo. Procede de la supresión de Dios, para luego preguntar: ¿Quién está en su lugar?. Su puesto lo ocupan entonces diversos hombres y grupos poderosos, tenebrosos grupos de presión, responsables de haber planeado la gran depresión y todos los males que sufrimos... El teórico de la conspiración creerá que es posible comprender del todo las instituciones como resultado de designios conscientes; y en cuanto a los colectivos, habitualmente les asigna un tipo de personalidad de grupo y los considera como agentes conspirativos, como si fueran personas.”


Karl Popper. Conjeturas y Refutaciones


[...] Brevemente describiré una teoría que es ampliamente sostenida pero que asume lo que yo considero lo opuesto del verdadero objetivo de las ciencias sociales; a esta teoría la llamo la teoría conspiratoria de la sociedad. Ésta es el punto de vista de que la explicación de un fenómeno social consiste en el descubrimiento de los hombres o grupos que están interesados en la ocurrencia de ese fenómeno (a veces es un interés oculto que primero debe ser revelado), y que han planeado y conspirado para precipitarlo. Desde luego que esta idea de los objetivos de las ciencias sociales surge de la teoría equivocada de que todo lo que pase en la sociedad (especialmente acontecimientos como la guerra, el desempleo, la pobreza o la carestía, que por lo común le desagradan a la gente) es el resultado de un designio directo de algunos individuos y grupos poderosos. Esta teoría es ampliamente sostenida; es incluso más antigua que el historicismo [1] (que, como se demuestra por su primitiva forma teísta, es un derivado de la teoría conspirativa). En su forma moderna, como el historicismo moderno, y una cierta actitud hacia las “leyes naturales”, es un resultado típico de la secularización de una superstición religiosa. La creencia en los dioses homéricos cuyas conspiraciones explican la historia de la guerra de Troya se ha ido. Los dioses han sido abandonados. Pero su lugar es ocupado por personas o grupos poderosos, siniestros grupos de presión cuya perversidad es responsable de todos los males que sufrimos, grupos tales como los Sabios de Sión, o los monopolistas, o los capitalistas, o los imperialistas.
No deseo implicar que las conspiraciones nunca pasan. Por el contrario, son fenómenos sociales típicos. Se vuelven importantes, por ejemplo, cuando la gente que cree en la teoría conspiratoria llega al poder. Y las personas que sinceramente creen que ellas son las que saben cómo hacer el Cielo en la Tierra son las más dadas a adoptar la teoría conspiratoria, y volverse involucradas en contra-conspiraciones contra conspiradores inexistentes, pues la única razón de su fracaso al producir su Paraíso es la malvada intención del Demonio, que tiene un interés personal en crear el Infierno.
Debe admitirse que las conspiraciones ocurren. Pero el hecho contundente que refuta la teoría conspiratoria es que a pesar de su ocurrencia, pocas de estas conspiraciones son finalmente exitosas. Los conspiradores rara vez consuman su conspiración.
¿Por qué es así? ¿Por qué los logros difieren tan ampliamente de las aspiraciones? Porque ése es usualmente el caso en la vida social, con o sin conspiraciones. La vida social no sólo es una prueba de fuerza entre grupos opositores: es su acción dentro de un marco más o menos resiliente o amalgamado de instituciones y tradiciones, y crea (aparte de cualquier oposición consciente) muchas reacciones imprevistas en ese marco, algunas de ellas incluso imprevisibles.
Tratar de analizar estas reacciones y preverlas hasta donde sea posible es, creo yo, la tarea principal de las ciencias sociales. Es la tarea de analizar las repercusiones sociales accidentales de acciones humanas intencionales, aquellas repercusiones cuya significación es negada tanto por la teoría conspiratoria como por el psicologismo [2], como se indicó antes. Una acción que procede precisamente de acuerdo a la intención no crea un problema para la ciencia social (excepto tal vez por qué en ese caso particular no ocurrieron repercusiones accidentales). Una de las acciones económicas más primitivas puede servir como ejemplo para hacer más clara la idea de las consecuencias no deseadas de nuestras acciones. Si un hombre desea comprar una casa urgentemente, podemos asumir con seguridad que no desea que el precio de mercado de las casas aumente. Pero el solo hecho de que aparece en el mercado como un comprador tenderá a aumentar los precios de mercado. Y lo análogo se sostiene para el vendedor. O para tomar un ejemplo de un campo muy diferente, si un hombre decide asegurar su vida, es poco probable que tenga la intención de motivar a otros para que inviertan su dinero en pólizas de seguros. Pero lo hará de todas formas. Aquí vemos claramente que no todas las consecuencias de nuestras acciones son intencionales, y consecuentemente, que la teoría conspiratoria de la sociedad no puede ser verdadera porque se reduce a la aserción de que todos los resultados, incluso aquellos que a primera vista no parecen ser buscados por nadie, son los resultados intencionales de las acciones de gente interesada en esos resultados.

 Karl Popper. La sociedad abierta y sus enemigos.


"... pero a mí me preocupa lo siguiente: si  Dios no existe, ¿quién mantiene entonces el orden en la tierra y dirige la vida humana?

—El hombre mismo —dijo Desamparado con irritación, apresurándose a contestar una pregunta tanpoco clara.

—Perdone usted —dijo el desconocido suavemente- para dirigir algo es preciso contar con un futuro más o menos previsible; y dígame: ¿cómo podría estar este gobierno en manos del hombreque no sólo es incapaz de elaborar un plan para un plazo tan irrisorio como mil años, sino que n isiquiera está seguro de su propio día de mañana?—Y volviéndose a Berlioz— Figúrese, por ejemplo,que es usted el que va a disponer de sí mismo y de los demás, y que poco a poco le toma gusto;pero de pronto... resulta que usted... hum... tiene un sarcoma pulmonar...
Al decir esto el extranjero sonreía, como si la idea del sarcoma le complaciera extraordinariamente— pues sí, un sarcoma —repitió la palabra sonora, entornando los ojos como un gato—. ¡Y se acabó su capacidad degobierno! Todo lo que no sea su propia vida dejará de interesarle. La familia empieza a engañarle; y usted, dándose cuenta de que hay algo raro, se lanza a consultar con grandes médicos, luego con charlatanes y, a veces, incluso con videntes. Las tres medidas son absurdas, y usted lo sabe. El fin de todo esto es trágico: el que hace muy poco se sabía con el poder en las manos, se encuentra de pronto inmóvil en una caja de madera; y los que le rodean, conscientes de su inutilidad le quemanen un horno.
Y hay veces que lo que sucede es aún peor: un hombre se dispone a ir a Kislovodsk —el extranjero miró de reojo a Berlioz—  puede parecer una tontería, pero ni siquiera eso está en su smanos, porque repentinamente y sin saber por qué, resbala y le atropella un tranvía. No me dirá que ha sido él mismo quien lo ha dispuesto así. ¿No sería más lógico pensar que fue otro el que lo había previsto? —y se echó a reír con extraña expresión. "

Mijaíl Bulgákov. El Maestro y Margarita.   

Karl Popper
Mijaíl Bulgakov
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